La mirada del Espacio
- Imanol Hammurabi Rodriguez Mac Lean
- 19 abr 2022
- 2 Min. de lectura
La mirada del espacio tiene dos miradas: la del sujeto que mira y la del espacio que mira. Ambas, por atravesamientos vitales-históricos, recortan. El gente clava la vista en la barra, recorta del aparador la botella de grapa. El bolicho recorta entre sus cuatro paredes ciertos movimientos: no se puede girar con los brazos abiertos, no se puede saltar muy alto: se puede recostar.
La relación de los espacios con sus limites no es algo poco charlado: su contrario si lo es: la potencia única que permiten. Si estiramos la idea de los espacios potentes o si la tomamos en serio, podríamos llegar a una crítica fuerte al individualismo: uno no piensa jamás fuera de un espacio: inmixion espacial. Las ideas que aparecen en una configuración espacial-material particular: ¿a quién le pertenecen?
Pongo un ejemplo: acá en Alemania trabajo en un jardín de infantes. Mi rol es algo especial: no soy un educador pero soy un adulto. Esto tiene sus particularidades: lxs peques no me respetan tanto como a mis colegas pero me piden una atención mucho más fuerte, cuando alguien llora vienen a avisarme y finalmente, soy mucho más integrado en sus juegos. En esa travesía diaria que es estar ante la materia inestable y misteriosa del juego, tengo acceso a espacios muy diferentes, entre los cuales el más creativo es el Mal-Atelier.
El Mal-Atelier (Taller de Pintura) tiene una parte dedicada al hacer con madera con sus respectivas herramientas (cierras, martillos, clavos, cola) y otra dedicada al pintar (papel, crayones, sellos, acuarelas, lápices) es allí donde la muchachada me pide dibujos por montones: barcos piratas, camionetas monstruo, cohetes, llamas, ninjas, conejos de pascuas, monos, princesas.
Entre dibujos, suelo tener tiempo para escribir: algún poema al pasar, algún pensamiento, una escena. La escritura ahí, en retazos de papel que caen de los recortes, con lápices enormes, es otra. Mucho más material o mucho más fantástica: pasando por el contrapunto con la propia infancia que parece salir de la punta de los crayones, solidificarse en la plasticola y moverse con los juguetes.
Es ahí donde la disponibilidad material y la disponibilidad poética se tocan las puntas de los dedos. Por eso es que en los talleres de poesía se disponen objetos, imágenes, canciones, además de los tan necesarios poemas: es que la materialidad es un provocador pero es también una cuna: pasto de delirio y color del mundo. Así, espacios y materialidad van colgados del brazo: explorar los espacios: recostarnos en ellos. No hay otra forma de expandirse: expandir la vida.
¿Y quienes no salen de sus casas? ¿Y quienes encuentran en la repetición de los espacios cotidianos algo más que suficiente? Ellxs también son mis amigues. Pues por ahí escribiré en la próxima entrada: Patas para arriba.

*Esta entrada fue escrita escuchando el disco Aurora y Enrique (2021) de Soleá Morente.
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